martes, 7 de diciembre de 2010

El descendiente del viajero.

Capítulo 1: ¿Quién soy yo?


La sala se encontraba en silencio. Los tres hombres estaban sentados alrededor de una mesa de madera de roble, cuando llegaron dos hombres más. El mayor de todos los presentes, de unos cuarenta y tres años aproximadamente, se levantó de su asiento, acto que repitieron los otros dos sentados a cada lado.
-Diodoro, no seas grosero, ofrecele asiento a nuestro invitados.- decía el hombre de los cuarenta y tres años, con una sonrisa pícara dibujada en la cara. La luz de la luna que entraba por la ventana resaltaba su rostro demacrado, y eso hizo estremecerse a uno de los hombres recién llegados. El tal Diodoro miró una mancha de polvo en el pico de la ventana. Con el dedo índice, extrajo un poco y, con un soplido, el polvo fue aumentando de tamaño y cambiando de forma hasta terminar transformado en una silla del color del marfil. 
-Adelante, no seais tímidos.- dijo Diodoro con una voz grave aunque escalofriante a los invitados recién llegados. El que primero se sentó fue el más bajito, de cabello castaño y ojos negros, muy negros; pero su acompañante prefirió quedarse de pie, no muy confiado. Diodoro miró al hombre de más edad, el cuál se sentó y comenzó a hablar.
-Bien, como todos ustedes ya saben, estamos aquí por una razón muy sencilla.-susurró, aunque se oyó bastante alto.
-El niño perdido.-interrumpió uno de los presentes, con la voz temblorosa e insegura, y luego se arrepintió de haber hablado.
-En efecto, mi querido Elicio.-prosiguió el hombre anciano- Todos estamos aquí por una sencilla razón: la búsqueda del "Master", el poseedor del Diario Perdido y descendiente de su legítimo dueño, el legendario Viajero del Bosque, Jador. Si nos hacemos con él, encontraremos la clave para llegar al lugar donde se encuentra la más codiciada pertenencia de Jador: la clave de la inmortalidad.
Todos los presentes permanecían en silencio. Nadie se atrevía a hablar, ya que un inexplicable miedo les poseía.
-Como espero que todos sepáis, el paradero del Master es desconocido, pero eso no ha de suponer un problema. A demás, esto supone un punto a favor, ya que el hecho de que creciese en otro lugar ha provocado que él no sepa quien es, de donde viene ni lo valioso que es.-todos se quedaron en silencio de nuevo, excepto el único personaje que no había hablado desde que llegaron.
-¿Cómo encontraremos la manera de llegar hasta él?-preguntó, rompiendo el silencio.
-¿No es una pregunta obvia?-dijo Diodoro, como si tal cosa.
-Lo cierto esque no hará falta ir a ningún lado, ya que él llegará a nosotros. Tengo contactos infiltrados en La Mansión, y me han comunicado que, para nuestra suerte, el niño ha cumplido catorce años.
-Y eso quiere decir que...-pensó Eliseo.
-Sí, los de La Mansión han descubierto que vamos tras él y quieren ponerle a salvo antes de que cumpla su destino.
-Pero Doyle...-se dispuso a decir Diodoro.
-¡Oh, por favor! ¡No hace falta que me llames por mi apellido, es demasiado formal! Puedes llamarme simplemente Arcadio.-sonrió.
Diodoro asintió, esbozando una sonrisa forzada.
-Arcadio, ¿no será mayor el peligro del Master si lo traen a este mundo?-terminó de decir.
-Nunca se sabe en que piensan los de La Mansión.-confirmó.
-Arcadio,-se dirigió uno de los hombres a Doyle-He oído que el "Master" posee unos poderes inimaginables. ¿Está seguro de que le encontraremos?
Arcadio suspiró.
-Nada es imposible en mi vocabulario, mi querido amigo.-Arcadio cerró la conversación con ese comentario, dejando en la pequeña y rectangular habitación un misterioso ambiente.






En un lugar completamente diferente, Jim paseaba por los pasillos del instituto. Sus estrepitosos pasos, causados por el sueño, hacían estremecerse, sin ninguna razón, a todos los estudiantes que se acercaban a él. Su mirada intimidaba bastante, aunque él no lo hiciese adrede. Llegó al aula de castigo y se paró en frente. Se quedó cinco minutos enteros quieto como una estatua mirando la puerta, la cual se notaba que estaba hecha con material barato. Entró por la puerta, indeciso, y se encontró con el feo y demacrado rostro del señor Lambert. Su poco pelo estaba grasiento y seco como de costumbre, y, para su sorpresa, la "dieta" que el director se había propuesto estaba dando fruto, aunque seguía pareciendo una pelota de fútbol. Una vez que lo examinó de arriba a abajo, el viejo Lambert decidió hablar.
-Jim Owen, como no...-murmuró, alzando una ceja. Se levantó de su sitio (con mucho esfuerzo) y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación.-¿por qué ha sido esta vez, Jimmy?
Jim guardó silencio.
-Oh, vamos, no seas tímido. Repetiré la misma pregunta, ¿por qué ha sido esta vez?-volvió a preguntar Lambert, pero Jim permanecía callado.
-¡He dicho que por qué te han traído aquí, niño insolente!-el director dio un golpe en la mesa, frustrado. Su cara estaba más roja que de costumbre, debido a la furia.
-Le he pegado al pringa... digo, a Fer. Fer Adams.-respondió, como quien no quiere la cosa.
-¿La razón?
-Se negó a prestarme sus deberes.-esta vez, lo dijo casi tartamudeando. El seños Lambert cada vez estaba más furioso.
-¿Y por eso... tu le has...?-Jim notó como el profesor estaba a punto de estallar.-¡VAS A ESTAR EXPULSADO UNA SEMANA, TE ENTERAS!
¿¡Una semana!? ¿¡Cómo iba a decirle eso a su madre!?
-Pero, no puede...-comenzó a decir Jim.
-¡Claro que puedo! ¡Adams está ahora mismo en el hospital por tu culpa!
-Pero si tampoco fue para tanto...-se quejó.
-¡FUERA DE MI DESPACHO AHORA MISMO!-gritó, lo más fuerte que Jim lo había oído gritar en toda su vida. Éste salió corriendo de la sala para no provocar más al director. Sonó la campana y todos los alumnos salían por la puerta del instituto, como si les fuese la vida en ello, al fin y al cabo, era viernes. Jim caminaba cabizbajo, hundido en sus pensamientos. Bueno, por lo menos, ya nada le podía salir peor. Eso le levantó el ánimo, hasta que llegó a su casa.
Su madre lo llamaba a voces desde la ventana. Jim inspiró hondo y caminó hacia la cocina. Allí le esperaba su madre, sentada en una silla, con la cara colorada de la furia. Levantó la mirada y posó sus oscuros ojos en su hijo.
-Tú...-comenzó a decir su madre, con la voz irritada. Jim se fijó en que tenía una carta en la mano, y se dio cuenta de que ya le habían informado de que estaba expulsado del instituto, cosa que le sorprendió, ya que lo había previsto para un par de días después-, ¿¡creías que tardaría en darme cuenta, no!? ¿¡Pensaste que podías ocultarme algo como esto!?
-Mamá...-intento intervenir Jim, que comenzaba a temblar ante la furia de su madre.
-¡Basta de estupideces! ¡Ya no eres un niño, tienes catorce años! ¡Catorce! ¡¿Cuando dejarás de actuar como un bebé y te comportarás como lo que eres?!
-Escúchame...
-¿Que te escuche? ¡¿Cómo te atreves a pedirme que te escuche cuando te han expulsado del instituto nada menos que una semana por pegarle a un compañero?!
-Pero si se lo merecía...
-¡Guarda silencio! ¡No quiero escucharte más, ya no eres un crío al que tenga que regañar todos los días! ¡Madura de una vez!-chilló su madre, cada vez mas histérica, y, dando un golpe en la mesa, salió de la cocina hecha una furia. Jim se sentó en una silla, pensativo. Por mucho que lo intentase, no podía obedecer a su madre. Al fin y al cabo, era joven, estaba en, lo que se dice, la "flor de la vida", ¿por qué demonios tenía que perder su tiempo estudiando? Era algo que no le entraba en la cabeza.
Se levantó a beber un vaso de agua y se fue a su habitación, con la cabeza agachada. Se tiró en la cama y se estiró todo lo que pudo. Entonces, alguien abrió la puerta.
-¡Jimmy! ¿Qué has hecho ahora? ¡Mamá no paraba de gritar!- era Sheila, su hermana mayor.
-Estoy expulsado.-dijo Jim, sin darle mucha importancia.
-¿Y lo dices así, como si nada?.-Jim se dispuso a contestarle a su hermana, pero esta suspiró y salió de la habitación cerrando la puerta de un portazo, como si no tuviese solución.
Todas las mañanas pasaba lo mismo. Desde que su padre se fue de casa, la misma rutina se repetía cada día. Entonces, se oyó un grito en el salón.
Jim cogió su bate de beisbol, perplejo, y bajó las escaleras con cuidado. Al pisar el último peldaño, vio a su madre y a su hermana dormidas (o eso parecía) en el suelo. El chico, sin saber que hacer, miró a todos lados, y entonces lo vio. Un hombre muy alto y con un cabello rubio que le llegaba por los hombros le miraba fijamente desde una esquina del salón. El hombre sonrió, pero no parecía una sonrisa malvada. Jim gritó como nunca lo había hecho en su vida. Entonces, alguien cayó del techo a sus espaldas y le tapo la boca con la mano.
-¡Deja de gritar como si fueses una nena de una vez!-la voz parecía la de una chica; era una voz irritada, pero a la vez dulce.
-¡¿Quién está gritando como una nena?!-se enfadó Jim cuando la niña dejó de taparle la boca. Se dió la vuelta y vió a una chica de su misma edad (más o menos), de cabello negro que le caía en cascada por la espalda y unos ojos casi tan azules como los suyos. Vestía un sencillo vestido de color verde limón cubierto por una capa, seguramente para camuflarse, pensó Jim. Sus curiosos pendientes, con forma de espada, llamaron muchísimo la atención del chico.
-Princesa, por favor, no asustéis al pequeño Jimmy, ya le habremos provocado bastante impresión con nuestra llegada.-dijo el hombre del cabello rubio.
-¿Tu crees...?-ironizó Jim.
-Bueno, a lo que iba, soy Lennard, consejero de la Corte Real de Acilu y primo tercero por parte de padre del Rey Odir XII.-explicó Lennard, pero se daba cuenta de que Jim no entendía nada de lo que le decía.
-Y yo soy la hija de Odir XII, la princesa Adelina y heredera al trono de Acilu.-continuó la chica, dándose aires de superioridad.
Jim permanecía en silencio.
-¿No vas a decir nada, perro insolente?-se enfadó Adelina. Jim comenzó a reirse.
-¡Ya lo entiendo! ¡Estoy soñando! ¡Ja, ja, ja! ¡Esto es solo un sueño provocado por los crepes en mal estado que me tomé anoche! Entonces, cerraré los ojos muy fuerte y me despertaré.-Jim cerró los ojos lo más fuerte que pudo.
-No... No me despierto... Bueno, lo intentaré de nuevo...-y volvió a cerrarlos, pero no daba resultado. La princesa Adelina alzó una ceja.
-¿Estás seguro de que este es el descendiente del Viajero del Bosque?-le preguntó a Lennard, aunque más bien parecía que se lo preguntaba a Jim.
-Claro que es él, tiene la marca.-y señaló el cuello de Jim. Allí tenía, desde que nació, un dibujo de una hoja atravesada por una espada.
-Ah, ¿esto? ¡Pero si es solo una marca de nacimiento!-aclaró Jimmy.
-Y es la prueba de que eres el descendiente de Jador.
Jador. Ese nombre le sonaba, pero, ¿de qué?
-Por favor... si esto es un programa de cámara oculta tiradme los spaghetti con el vómito de elefante de una vez, que no puede ser peor que esto.-les rogó Jim.
Lennard y Adelina suspiraron a la vez.
-Bueno, empezaré desde el principio y te lo explicaré un poco mejor.-propuso Lennard.
-Casi que mejor.-decidió Jim, esperando entender algo de lo que le explicase.
-Bien,-comenzó- para empezar, creo que sería bueno decirte que no perteneces a este mundo-Adelina soltó una pequeña carcajada al ver la cara de tonto que se le había quedado a Jim-. Tu abuelo era el Viajero del Bosque, el cual se crió en nuesto mundo, Acilu. Acilu es un lugar muy diferente a este. Allí hay todas las maravilla que puedas imaginar, pero eso es otro tema al que no vamos a llegar ahora mismo.
-Un momento, ¿que mi abuelo era el qué de qué?-Jim no daba crédito a lo que oía. ¡Dos personas que venían de otro mundo solo porque su abuelo era el "no se qué" del Bosque!
-El legendario Viajero del Bosque.-esta vez respondió Adelina.-El Viajero del Bosque era el héroe elegido por los dioses para custodiar... bueno, eso te lo explicaremos cuando lleguemos a Acilu.
-Espera, ¡no pienso ir a ningún lado, y menos con un par de locos como vosotros!
Adelina, furiosa, sacó una daga que llevaba guardada en un bolsillo muy bien disimulado en su vestido. Lennard le cogió de la muñeca para detenerla, y ésta, resignada, decidió guardar la daga.
-Tranquila, vendrá.-la intentó calmar.
-¿Tengo otra opción?- preguntó Jim, esperanzado, pero los dos negaron con la cabeza.-está bien, pues entonces llevadme a "Oluci" y terminemos con esto rápido.
-Es Aci...-intentó decir Adelina.
-¡Como sea, pero llevadme ya!
-Está bien, está bien...-dijo Lennard. Entonces, se puso de espaldas a los dos chicos y miró fijamente la ventana. En ese momento, el paisaje cambió. Las casas y las personas caminando por la calle se sustituyeron por un bosque que le pareció en un primer momento la selva del Amazonas, hasta que a lo lejos vio la cosa más impresionante que había visto en su vida. Un castillo del tamaño de un rascacielos brillaba con todo su esplendor a kilómetros de distancia, pero aun así se veía como si estuviese en frente de Jim, cual tenía los ojos lo más abiertos que los había tenido en su vida.
-Te gusta, ¿eh?-le preguntó Adelina. Jim asintió, sin dejar de mirar con asombro el castillo-, pues ahora mismo vamos para allá, ya que allí está mi padre, y quiere conocerte.
-No me digas que ese palacio es...
-Sí, es mi casa.-afirmó Adelina, orgullosa.
-Bueno, vámonos, y no te preocupes por tu madre y tu hermana, no despertarán en una semana.
Andaron durante un par de horas para llegar al imponente castillo, y por el camino, Jim veía cosas que le hacían desear haber vivido siempre allí. Vieron patos de color plata y con brazos en lugar de alas que cantaban en un río de color pastel. También vieron unas extrañas y coloradas criaturas redondas y de ojos saltones que botaban por el bosque. Pero lo que más le sorprendió fueron las mujeres de viento, o así las llamaba Lennard, la cuales formaban las figuras de mujeres que les saludaban con ráfagas de viento. Al fin, tras andar mucho, llegaron al castillo, que era muchísimo más grande visto de cerca. Las piedras estaban perfectamente colocados sobre el suelo, formando un edificio rectangular realmente imponente. El palacio era prácticamente indescriptible.
Entraron por la puerta, que era igual de grande que su tía Rodolfa, que le venía a visitar todos los veranos. Si ella supiese donde estaba ahora mismo...
Caminaban por los pasillos y, entre sala y sala, siempre había alguien que decía "buenas tardes, princesa Adelina" y ella respondía siempre con un asentimiento. Al final, llegaron a la última puerta del edificio, la cual abrieron dos hombres con una armadura, vestidos exactamente igual que como nos imaginamos a los caballeros de la Edad Media. Uno de ellos entró con Jim, Adelina y Lennard.
-Su Alteza, ha venido su hija la princesa Adelina acompañada del señor Lennard y el descendiente de Jador.-dijo el caballero, aunque más bien parecía que lo gritaba.
-Puedes retirarte.-dijo el que debía ser el rey Odir XII, con una voz firme y segura. El rey no parecía a simple vista alguien serio, todo lo contario. Llevaba una túnica de color verde chillón y unos ropajes de lino. Sus zapatos, hechos a mano, terminaban en un pico y, en su cabeza, llevaba una gran corona con toda clase de piedras preciosas: rubíes, diamantes, zafiros, esmeraldas, etc. Pero, lo que más le llamó la atención a Jim, fue el collar que llevaba colocado al rededor de su cuello. Tenía una cadena de plata, terminada en un gran pedrusco dorado que representaba un dibujo que resultaba a Jim muy familiar: una hoja atravesada por una espada. En efecto, era el mismo dibujo que la marca de nacimiento de Jim. Éste se quedó mirando el collar descaradamente, cuando el rey lo notó.
-Te ha llamado la atención mi collar, ¿verdad?-le preguntó, aun sabiendo la respuesta.
-No, señor, es solo que...-se intentó excusar.
-Sí, tu llevas el mismo dibujo en él cuello, ¿me equivoco?-y, sin preguntar, se acercó a Jim y le miró con detenimiento la marca de su cuello.
-Este collar fue un regalo de tu abuelo. Sí, era un hombre estupendo, no merecía morir. Pero lo pasado, pasado está. Sabes la razón por la que tienes esa marca, ¿no?-volvió a preguntar el rey Odir.
-No, nunca me la contaron-respondió Jim. Odir carraspeó-, señor-añadió.
Odir sonrió, satisfecho.
-Pues entonces creo que es responsabilidad mía contartela. No se sabe mucho sobre el tema, pero puedo asegurar algunas cosas. Cuando tu abuelo vivía aquí, era un simple artesano que trabajaba a tiempo parcial en una tienda. Por su valor y su fuerza, fue elegido por los antiguos dioses para alguna extraña misión de la cual no estamos bien informados. Tenía que conseguir... algo. No era un arma, pero se le asemejaba. Según he oído, el poseedor de aquel extraño objeto no perdería ninguna batalla, por muy difícil que fuese, y sería, con toda seguridad, lo que llamamos invencible.
Invencible. Eso sonaba muy bien. Que nadie pudiese darte órdenes por miedo a que le dieses muerte. Nadie le diría lo que tendría que hacer; ni el señor Lambert, ni su madre, ni nadie. Eso sería... ¿pero que demonios estaba pensando? ¡Eso sería muy malvado por su parte!
Odir carraspeó de nuevo, para atraer la atención del chico de nuevo.
-Como decía,  tu abuelo tenía que conseguir aquel "objeto", o lo que quiera que fuese, y así lo hizo. Ha llegado a mis oídos que tuvo que enfrentarse a cinco pruebas, las cuales desconozco completamente, pero sí se que no eran fáciles. Nada fáciles. Aun así, lo consiguió, y guardó el misterioso objeto durante años y años. Pero la juventud de tu abuelo no duró siempre, y se hacía viejo según pasaban los años, así que, en su lecho de muerte, le confió el cuidado del objeto a tu padre, pero éste se negó.
-¿Se negó? Pero... ¿por qué? ¿No tenía solo que guardarlo y ya está?-preguntó Jim, confundido.
Adelina, la cual había estado muy callada hasta ahora, soltó una risita.
-Pero eso suponía muchos peligros. Ten en cuenta que lo que tu abuelo guardaba era un tesoro de poderes inimaginables, con lo cual, había gente que lo buscaba. Criminales de diferentes procedencias, saqueadores...
Ahora lo entendía, era bastante obvio.
-Y tu padre, como es normal, se negó a correr tal riesgo, a pesar de saber que él nació para proteger ese tesoro. Por eso, los dioses lo desterraron y lo enviaron a un mundo completamente diferente. Tu mundo. Allí se casó con tu madre y os tuvo a tí y a tu hermana, intentando olvidar su pasado.
-¿Y qué fue del tesoro que mi padre rechazó guardar?-a ese punto quería llegar Jim desde el principio, y por fin lo había conseguido.
-No sabe mucho de su paradero. Se cree que los dioses lo decidieron guardar en el Bosque Sagrado, situado al sur de Acilu, en el interior del árbol más alto.-continuó Odir.
-Bueno, una historia muy bonita y conmovedora, pero, ¿que pinto yo en todo esto?-se extrañó el chico.
-La mayoría de los saqueadores que buscaban el misterioso objeto se rindieron, pero algunos han vuelto, y más poderosos que nunca. Tememos que consigan el tesoro que se encuentra en el Bosque Sagrado y con él provoquen una masacre en todo Acilu. Por eso te necesitamos, descendiente de Jador.-las palabras del rey hacían que Jim casi aceptase ayudarles.
-No, lo siento, esto no es... normal. A demás, ¿qué conseguiría yo con eso?-Jim mostró su lado egoísta.
-¿¡Es que no te basta con saber que todos nosotros podríamos morir si tú decides volver a tu casita con tu mami!?-gritó Adelina. Lennard la silenció con una mirada.
-Eres el único que puede hacerlo, ya que la leyenda dice que solo un descendiente (exclusivamente varón) de Jador puede...-intentó explicar Lennard.
-¡A mi no me importan vuestras absurdas leyendas ni vuestros "cuentecitos" estúpidos! ¡Yo solo quiero olvidar todo esto y volver a mi casa!
Adelina y Odir intercambiaron miradas, y se asintieron mutuamente.
-Tienen a tu padre. Lo están usando para encontrar el tesoro. Si no lo consigues antes y lo rescatas, lo más probable será que lo maten. Y no tienen por costumbre dar muerte a la gente de manera rápida e indolora.-Odir se había puesto más pálido y serio de lo que había estado durante toda la conversación.
Jim no daba crédito a lo que oía. Su padre estaba... en peligro de muerte.
-¿Y bien? ¿Nos ayudarás?-Lennard parecía suplicarlo. Jim tenía una expresión, por primera vez, inquieta. No sabía que hacer. Su padre siempre le había ayudado en todo. Siempre conseguía sacarle una sonrisa en los peores momento, y ahora... podría morir. No, él no iba a dejar que eso pasase.
-Está bien. Lo haré.-dijo, decidido.









Capítulo 2: La búsqueda comienza


Mientras salían del palacio, todos les miraban esbozando una sonrisa. Incluso Adelina sonreía tras escuchar la decisión de Jim. Salieron por la puerta por la que habían entrado tras recibir un saludo de los dos hombres que hacían guardia en esta. Se alejaron un poco, aunque aún se podía ver el enorme e imponente castillo, y se sentaron bajo la copa de un árbol. Pasaron los minutos y nadie decía nada.
-Bueno, ¿dónde se supone que vamos?-rompió el silencio Jim. 
-¿Cómo vamos a saber nosotros eso?-se burló Adelina.
Jim los miró, extrañado.
-Pero algún camino tendremos que coger para llegar al "bosque ese", ¿no?-hizo una pregunta bastante obvia. Lennard soltó una carcajada.
-Nadie sabe dónde está el Bosque Sagrado.-explicó Adelina-Si se supiese, ya habría conseguido alguien el tesoro que esconde. 
-Un momento... ¿¡Entonces cómo demonios vamos a encontrarlo!?-Jim no daba crédito a lo que oía. Estaban completamente sin rumbo, abandonados a su suerte.
-Tranquilo, lo tenemos todo pensado.-comenzó a decir Lennard. Jim suspiró, aunque no se fiaba mucho de sus palabras.
-Comenzaremos buscando en la cuidad. Al noreste está el Templo del Viajero, construido en memoria de Jador. Dicen que allí se encuentran unas pinturas que indican una especie de pista para llegar al Bosque Sagrado, pero nadie ha conseguido averiguar lo que significan.-explicó Adelina.
-Bueno, ¿y qué os hace pensar que nosotros lo averiguaremos?-se extrañó el chico.
-Eres el nieto del Viajero del Bosque, supongo que eso servirá para algo, ¿no?-Adelina soltó una risita. Jim, dándose por vencido, decidió guardar silencio. Llevaban quince minutos caminando y Jim ya estaba agotado. ¿Es que nunca iban a llegar? Pasaron más y más minutos y Jim, que no podía más, calló de rodillas al suelo.
-Oh, vamos ¿el famoso Jim, descendiente del gran Jador está cansado ya?-se burló Adelina.
-¿Y que quieres que haga? ¡Esto es eterno!-se quejó Jim, aunque le costaba respirar.
-Dios, mira que eres...-Adelina, resignada, sacó una especie de silbato que guardaba entre sus mechones de pelo.
-¿Que demonios...?
-Calla.-le interrumpió Adelina. Se llevó el silbato a la boca y lo sopló emitiendo un agudo e irritante sonido que obligó a Jim a llevarse las manos a los oídos. En ese momento, las nubes se separaron y dos seres voladores aparecieron. Jim no se dió cuenta de que tenía la boca abierta. Adelina alzó la mano y el silbato comenzó a brillar. La luz dorada que desprendía atrajo a aquellos monstruos extraños, y conforme aterrizaban frente a ellos, Jim pudo verlos con mayor claridad. Eran, por decirlo de alguna manera, algo parecido a un pájaro gigante. Su pico del color del mar brillaba al reflejarse en el los rayos del cálido sol de Acilu. Sus ojos, dorados, resaltaban en su cuerpo cubierto de plumas de diferentes tonos de negro y gris. Sus patas no tenían de escamas, eran... cristales, muchos cristales relucientes que recubrían sus patas. Lennard ya había montado en uno de ellos. Adelina no tardó en seguir su ejemplo y se subió al otro, el cual no mostró ningún tipo de resistencia. Jim observaba, boquiabierto, las fascinantes criaturas que tenía ante sus ojos. Empezaba a creer que no estaba soñando. Él no tenía tanta imaginación.-Estas son grifos, pero esta es una raza que solo se encuentra en Acilu, así que ten cuidado de no hacerles rabiar.
-Es... increíble.-se sorprendió el chico. Cuanto más los miraba, más grandes parecían.
-Anda, sube.-Adelina le tendió la mano para ayudarle a subir. Su mano era muy suave y delicada, todo lo contrario del carácter de la princesa. Jim se sentó detrás, bastante asustado (aunque no lo aparentaba), y se agarró fuerte a su cintura.
-¿Estás segura de que no me voy a caer?-preguntó, desconfiando de la chica.
-No puedo prometerte nada.-con ese comentario no muy tranquilizador para Jim, que suspiró resignado, las dos criaturas extendieron sus alas y se elevaron poco a poco en el aire. Llegaron a unos veinte kilómetros de altura, y todo desde allí era absolutamente increíble. La vegetación colorida del gran bosque que rodeaba el palacio, e incluso éste, se veían incluso más bien y con mejor claridad desde las alturas. Los grifos volaban cada vez más velocidad, y el pelo de Adelina azotaba el rostro de Jim con frecuencia.
-¡Eh, Lina!-tuvo que gritar, ya que sus palabras no se oían bien debido a la velocidad a la que iban.-¡Aparta tu pelo de mi cara!
-¡Cállate!-se enfureció ella- ¿no sabes hacer nada más que quejarte por todo? ¡Y me llamo A-de-li-na!-separó su nombre en sílabas para que Jim lo escuchase bien. Éste decidió callarse tras oír una discreta carcajada de Lennard, que había estado escuchando su conversación. De repente, los grifos comenzaron a descender.
No pasaron más de diez minutos cuando los grifos comenzaron a descender y terminaron aterrizando (sin una pizca de suavidad) frente a una cueva. Lennard y Lina se bajaron, y Jim no tardó en seguir el ejemplo de sus compañeros.
Lennard sacó unas extrañas vestimentas (probablemente, típicas de allí) y las repartió entre los tres. Jim en un principio pensó que habían llegado, pero al parecer, Adelina y Lennard no compartían su misma opinión.
-No puede ser, aún no deberíamos haber llegado...-se extrañó Adelina. Los grifos pisaron el suelo por fin con delicadeza.
-¿Tu crees que...?-Lennard no terminó de realizar su pregunta, ya que en ese momento, una extraña y rojiza niebla los envolvió.
-¡Es una emboscada!-Adelina ya había bajado del grifo. A Jim le recorrió por todo el cuerpo una extraña sensación. Una risita burlona resonaba en todo el bosque. Parecía ser de  un hombre. De repente, una silueta salió de entre la niebla, con una malvada sonrisa que ocupaba su rostro.
-¿Quién eres y que quieres de nosotros?-preguntó en voz alta Lennard al misterioso hombre que se encontraba ante ellos. Jim pudo ver mejor al hombre una vez que la niebla le dejó. Su cabello castaño estaba recogido en una cola de caballo que le llegaba poco más abajo de los hombros. Sus ojos, negros como el azabache, mostraban una mirada de una hombre bueno, aunque lo que estaba a punto de ocurrir demostraría lo contrario.
-Mi nombre es Diodoro.-se explicó el hombre, sin dejar de sonreir.- Y vengo a por el chico.
Diodoro señaló con su dedo indice a Jim, como todos se esperaban. Adelina, que parecía saber que algo como esto ocurriría, apretó los dientes.
-Tú solo intentalo.-de la rapidez con la que pasó todo, a penas se pudo notar, pero Jim vio perfectamente como Lina se quitó uno de sus curiosos pendientes en forma de espada y este poco a poco fue aumentando de tamaño hasta adoptar la misma forma y tamaño que una espada de verdad. Diodoro sonrió de nuevo y sacó su espada, la cual estaba atada a su cintura. Jim no podía ni moverse. Esperaba que Adelina supiese usar el arma que tenía en sus manos, por que si no...
Lennard se quedó cerca de Jim, por si la cosa se complicaba.
-Tu solo quedate quieto.-le susurró al oido. Ese consejo sobraba, ya que Jim no podía hacer otra cosa, debido al miedo. Diodoro avanzó unos pasos hacia la princesa, sin quitar sus oscuros ojos de Jim. Adelina estaba tensa, pero aun así se la veía confiada. Su espada y la de Diodoro chocaron varias veces, pero ninguno de los dos hacía caer al otro. Diodoro saltó hacia un árbol y Adelina lo siguió con un espectacular salto. Ahora que se fijaba, Adelina no era una de esas princesas delicadas y superficiales que Jim imaginaba. ¿Todas las princesas de verdad serían como ella? Si se paraba a pensarlo, había muchas cosas en la vida sobre las que Jim tenía una idea equivocada.
¡¡Jim, cuidado!!-le gritó Lennard. Jim salió de sus pensamientos y se giró de repente. Diodoro corría a toda velocidad hacia él. Atrapó a Lennard en una extraña red y luego Jim sintió la mano del hombre chocando contra su pecho y tirándolo así al suelo. Adelina empuñaba su espada a cinco metros de ellos.
-¡Suelta ahora mismo esa espada, o si no...!-gritó Diodoro. Adelina ya se imaginaba lo que haría si no soltaba la espada. Jim seguía en el suelo, sin poder creerse que estaba al borde de la muerte. La mano de Diodoro le apretaba y casi le dejaba sin respiración.
-Me haces daño...-murmuró Jim. No sabía por qué acababa de decir eso, pero en ese momento se sintió como si no fuese él. Tenía una sensación extraña. No era un subidón de adrenalina, era algo más.
-¿Qué dices, niño?-gritó Diodoro, aunque se había enterado perfectamente. Apretó aun más su mano contra el pecho de Jim. Lennard se temía lo peor.-que insolente. Debería matarte por ello...
-¡He dicho-Jim se armó de valor, sintiendo en él una fuerza sobrenatural-que me haces año!
Para sopresa de todos, Diodoro quitó su mano del pecho del chico, asustado. Sus ojos, abiertos de par en par, mostraban miedo, por primera vez.
-Bueno, creo que por ahora... te dejaré vivo.-dijo Diodoro, aunque le temblaba la voz. De repente, se cubrió con una capa violeta y desapareció sin dejar rastro alguno. 
La red que cubría a Lennard desapareció, y este pudo levantarse.
-¿Que demonios...?-comenzó a preguntar Lennard. No pudo terminar, ya que Jim comenzó a reirse a carcajadas.
-¿Han estado a punto de matarte, y tu te... ríes?- peguntó Adelina, no entendía nada.
-¡Le he asustado y ha salido huyendo de mí! ¡Ja, ja, ja! ¡Pues si que soy poderosos, más le vale no volver si no quiere morir!-decía Jim, dandose aires de superioridad. Lennard y Adelina le ignoraron.
-¿Por qué crees que habrá huido, princesa?-le preguntó Lennard, mientras Jim seguía hablando solo sobre lo genial que era.
-Bueno, creo que en parte a sido porque él sabe que Jim tiene poderes extraordinarios, y al ver como reaccionó ante su ataque...
-Deberíamos tener más cuidado, ahora que sabemos que el chico corre mas peligro que nunca.-aconsejó Lennad. Adelina suspiró, admitiendo que llevaba razón.
-Bueno, ¿nos vamos o qué?-les interrumpió Jim, que acababa de dejar de soñar despierto. Adelina asintió y continuaron caminando. Jim echaba en falta a los grifos, pero aunque no sabía por qué, no se atrevía a preguntar a dónde habían ido. En el camino siempre veían lo mismo: muchos árboles. Pasado un rato, encontraron una cueva, y Jim supuso que al otro lado encontrarían por fin la ciudad.
-Poneos esto si no queréis llamar la atención, es la ropa que suelen usar en la ciudad.-les explicó.
La ropa era la que suelen llevar los campesinos en las películas de la antigua Grecia.  Jim obedeció sin rechistar y cada uno se cambió de vestimenta tras un arbusto diferente y, al terminar, entraron en la cueva. Nada más avanzar tres pasos, una roca tapó la puerta. Ni Lina ni Lennard se inmutaron, pero Jim, asustado, se dió la vuelta.
-¿Es que nadie se ha dado cuenta de que acabamos de quedarnos encerrados?-se inquietó Jim. Adelina y Lennard se rieron.
-Es normal. Cada vez que alguien entra se cierra la entrada para impedirle la salida, y así que no pueda huir. Nunca se sabe quien puede intentar visitar el pueblo, y menos en estos tiempos difíciles. A demás, hay un vigilante al final de cada cueva que revisa quien entra y sale de la cuidad, solo por precaución. Nadie a podido salir estando el vigilante-explicó Lennard.
Jim imaginó un cíclope, un dragón o algún ser por el estilo al otro lado de la cueva y se estremeció con solo pensarlo.
-Pues si que teneis esto bien vigilado. Yo diría que demasiado.-Jim rió de su propio chiste malo y Adelina le echó un mal de ojos.
Solo pasaron cinco minutos cuando llegaron al final de la cueva. Jim buscó al supuesto vigilante, pero allí no había nadie. Lo último en lo que se le ocurrió pensar fue en mirar al suelo. Un pequeño ser pegaba "gritos", por así decirlo, desde los pies de Jim. Este no hizo otra cosa que reirse a carcajadas.
-¿Este es el poderoso vigilante del que nadie puede huir?-decía Jim, entre risas. Paró de reirse en el mismo momento en que el pequeño ser, que se parecía físicamente a un duende (o lo que entendía Jim por uno), solo que más pequeño, le miraba fijamente, con una expresión inquietante. Parecía que, con solo la mirada decía la poca gracia que le había hecho su comentario. Adelina, ignorando la situación, sacó de su bolsillo (sorprendentemente) unos extraños documentos que mostró en seguida al duendecillo. Este se echó ha un lado tras observar los papeles que la princesa le enseñó.
-Podeis pasar.-dijo con una voz que casi ni se escuchó, a pesar de ser la más chillona que Jim había escuchado en su vida.
-¿Qué le has enseñado?-preguntó Jim a la princesa mientras cruzaban la puerta. Esta guardó de nuevo los papeles en su bolsillo, el cual tendría alguna clase de conjuro, cosa que no sorprendió para nada a Jim (lo cierto es que desde que llegó a Acilu, nada lo hacía).
-Nada importante. Solo unos papeles que confirman que venimos en una misión especial.-Y, con esta innecesaria explicación, saliero de la cueva, divisando así la gran ciudad por la que habían recorrido tanto camino. La ciudad era increíblemente grande. Jim había imaginado unas chozas con indios, seres extraños corriendo o volando... pero no. No era para nada lo que había imaginado.